Arrojo
Arroje al viento mis más queridos deseos. Si, parece locura, quizás algo de eso haya. Arroje esos que he guardado por décadas, aunque se sienten como milenios, por que así se sienten, añejos, rancios, maduros. Tal vez sea por eso que recordarlos me embriagan, me trasladan a un mundo donde solo yo decido, que existe y que deja de ser.
Arroje al viento los aromas, los dulces, los agrios, los innombrables, esos que me dejaron las mañanas húmedas en soledad, las noches húmedas en compañía, las tardes soleadas y las de lluvias incesantes. Esos aromas a guayaba madura, de aliento dulce y jadeante, de rechazos y reclamos, de rió y mar, de cuerpo y suelo.
Arroje al viento mis miradas, las arroje con descaro, por que fueron sinceras, por que fueron aceptadas, por que no lo fueron. Las arroje sin mirar, para no tener una más que arrojar. No se que rumbo tomaron, tal vez el que toman aquellas, que se empeñan en posarse sin premura, pero contundente.
Arroje al viento mis latidos, los que me dejaron sin aliento, por que su latir retumbó universos, los que derritieron mis ojos, por que su palpitar me hirió carne y alma. Los arroje por insistentes, los lance con furia, con desespero, con esperanza. Su ultimo palpitar rozó mis dedos, y se lleno de escalofríos mi ser.
Arroje al viento mi voz, la arroje en silencio. Oculte mis oídos con mis manos, ignore sus últimas palabras, pues sabia que tendría una dulce manera de convencerme de lo contrario. No quise escuchar más. No podía escuchar más, esas palabras de amor frustradas, esos versos hablados al oído extraño, esos sollozos y voz quebrada.
Los arroje y lo haría una y mil veces, por que se que llegaran a mi nuevamente, por que son lo que soy, aunque comience de nuevo, aunque recorra surcos nuevos. Aunque lleguen nuevos deseos, nuevos aromas, nuevas miradas, nuevos latidos, nuevos versos.