Hace un tiempo, alrededor de un año, me vestí de gabán y familia, para una actividad, que dicho sea de paso nada tenía que ver con migo; una conferencia de la American Express.
Primero, porque no cuento con esa tarjeta, por que quizás en mi vida anterior, tenía tan malo el crédito, que brinco la verja dimensional y me afecto el de esta vida y quién sabe si el de las próximas.
Segundo, porque había tanto rostro con dinero calcado, que pensé que en algún momento, alguien gritaría con cara blanca y ojos desorbitados, señalando hacia donde Yo me encontraba, algo en algún idioma, que en resumidas cuentas en simple jerga boricua, querría decir: ¡UN MALDITO PELA’OOOOOOOOOOOOHHHH!. Y Yo saliendo despavorido , no sin antes echarme al bolsillo un par de entremeses.
Pero bueno, a cada quien lo que le toca.
Debo admitir que la pase genial -supongo que con tanto dinero en juego no era para menos- con las historias que contaba el conferenciante, especialmente la que se refería a un familiar de Mahatma Gandhi, que según él, conoció y que le conto en una conferencia, en un país que no recuerdo en este momento. Tenía que ver con las relaciones paterno filiares, y la humildad en el reconocer, que se fallo en algo, toda vez el hijo, no es capaz de confiar plenamente en los padres.
Mientras nos contaban esa hermosa historia, que nos hacia tocar tierra, nos enjorquetaban un anuncio de la tarjeta y de cómo con ella en mano, podíamos convencer a nuestros hijos de que éramos los mejores padres del mundo, o algo así.
Yo por mi parte, para no dejar lugar a dudas de cuanto tengo en el banco y de mi alcurnia, deje caer el cuchillo con el que me comía el condom blue y por supuesto provocando la risa pasmada de mi socio. ¡Como sus modales son tan refinados!
En fin, aprendí que la vestidura y la tarjeta más valiosa, es la honestidad.